CINCUENTA Y UN AÑOS FORMANDO CORAZONES...

¿Nos vemos en mayo!

jueves, 18 de febrero de 2010

OTRO PEDACITO DE MEMORIA (el de Beatriz Saen de Casas)




Cuando era pequeña, llegué a ver la película de Cenicienta unas doce veces. Me encantaba la escena en la que ella baja por fin buscando al lacayo del príncipe, a tiempo para demostrar que el zapato de cristal es suyo. No sé la de veces que habré bajado las escaleras de marmol del colegio antiguo soñando ser la cenicienta del cuento, soñando, como muchas otras niñas, que era una princesa.

Aquella escalera de marmol grande y señorial ya no existe más que en nuestro recuerdo. El curso de 1980-81 fue el último que cursamos todas entre aquellas paredes. El curso siguiente, 1981-1982, estuvimos "exiliadas" en el Colegio Menor San Pablo o en los Jesuitas. Ese fue mi año de 8º de básica, el último en el colegio. Para aquel mes de mayo de 1982 había que preparar, como en años anteriores, una canción para la Virgen compuesta por nosotras mismas. Un día, la hermana Rosario, nuestra tutora, nos pidió que la cantásemos en clase antes de presentarla. Había un verso de la canción que decía "el colegio se cae". Cuando terminamos, la hermana Rosario nos dijo que ese verso era un poco fatalista, "El colegio no se cae, el colegio es mucho más que un edificio". Aquel día, con la rebeldía de los 13 años, pensé para mis adentros que ella qué sabía, que no era su colegio el que estaban echando abajo, que no podía entender nuestros sentimientos.

Ahora, con 41 años, sé que tenía razón. El colegio era, y es, mucho más que aquellos muros que todas habíamos aprendido a amar. Sí, es cierto. Por aquellos pasillos habíamos corrido todas alguna vez desobedeciendo las ordenes de las monjas. Habíamos jugado al "triyo-yo-yo, al triyo-yo-yo", al matar, al baloncesto, al escondite, habíamo cantado "soy capitán de un barco inglés" en el patio de recreo. En el patio de marmol habíamos celebrado toda clase de misas, teatros, conciertos y demás actos. En las clases separadas por aquellas puertas en forma de acordeón habíamos aprendido matemáticas mientras oíamos dar sociales a las de la clase de al lado. Rezamos incontables veces en aquella pequeña capilla donde apenas cabíamos una clase, oliendo a la cera quemada de las velas. Todo eso era cierto.

Aquel edificio señorial guardaba los recuerdos de la infancia y principio de la adolescencia de varias generaciones. Poseía unos rincones de ensueño: la pajarera del patio del Sagrado Corazón, la cristalera de colores del "salón de actos", las columnas del patio de marmol... todo con un encanto particular, especial, de otra época. Y lo estaban derribando. El progreso mandaba y había que hacer un nuevo edificio más acorde con los tiempos que corrían, con unas instalaciones más modernas y más amplias.

Para mí fue muy triste pasar por el Paseo de Santa Fé durante tantos días de aquel año 1982 y ver como, cada vez, iba quedando menos en pie de aquel edificio. Incluso llegué a guardar una piedra de marmol y otra de los azulejos verdes que revestían la fachada. Ya no los conservo, se perdieron en alguna mudanza. Por suerte, mis recuerdos no los he perdido.

Aquellas clases de párvulos que daban al patio de recreo, con una alfombra verde inmesa en el suelo. Aquel día en el recreo de párvulos, corriendo detrás de la hermana Rosario Calle, intentando tirarle del hábito, ella riendo más que nosotras. Mi primera etapa de E.G.B., con la señorita Pepita en 1º de básica y la señorita Mónica enseñándonos a bailar el vito, la reja, las sevillanas para después, en fin de curso, bailarlas en la Ciudad Deportiva. Ese, junto a un año que hicimos en clase "El flautista de Hamelim", en la que yo hacía de alcalde y Elena Martínez de flautista, es el recuerdo más nítido que tengo de aquellos primeros años en el colegio.

Luego llegó la segunda etapa. Eramos "de las mayores". Teníamos hasta el recreo a una hora diferente que "las pequeñas". Nunca olvidaré mi curso de 6º de básica, 1979-1980, por varios motivos: Por lo mucho que la Hermana María Delgado, tutora nuestra, nos aportó...y los chistes que nos cóntó (la sandía tan grande que en vez de "pepitas" tenía "doña josefas"). Por los ensayos de la zarzuela "Agua, azucarillos y aguardiente", que crearon en mí un gusto por "el género chico" que aún hoy me dura. Cuando tengo ocasión, voy a ver las representaciones que hacen en teatros y, sí, todas son ecepcionales, pero seguro que ninguna está hecha con tanta ilusión y tanta alegría como aquella nuestra. Por las marchas montañeras que hicimos. No recuerdo a los sitios exactos, pero fue el primer año de pertenecer a las montañeras y aquello me ha dejado para siempre un amor a la naturaleza, a caminar por el campo disfrutando del paisaje y a descubrir la belleza de las cosas más pequeñas. Por aquel periódico que se editó en el colegio y se llamó "Siempre a tiempo", en el que todas participábamos, publicando chistes, poesías, noticias....

En 7º, curso 1980-81. Fue el último año en el colegio antiguo. Mis recuerdos se centran especialmente en las clases de la hermana Salud, nuestra tutora, que siempre sacaba tiempo para enseñarnos "urbanidad", con su voz con deje argentino, siempre dulce, siempre pausada. La señorita Julia, encargándonos los textos libres, picándonos con el gusanillo de la escritura. El equipo de baloncesto de mi clase, que ganaba siempre al de las mayores del colegio.

Y llegó el año del "exilio", 1981-82, el último que cursaría en el colegio, pero en las aulas del San Pablo. ¡Cuantos recuerdos me trae aquel año! Mi primera pandilla de chicos con los que quedábamos los fines de semana. Bajar todas juntas la cuesta del Conquero camino de regreso a casa una vez terminadas las clases. La hermana Rosario, nuestra tutora.....

La casa palaciega ya no existe, ni yo conservo las piedras que recogí. Pero, además de mis recuerdos, sé que la hermana Rosario tenía razón porque lo que el colegio era, es y representa, sigue y seguirá vivo siempre porque el colegio era mucho más que todo eso. Ese "espíritu Spínola" sigue vivo. La semilla que el "Arzobispo mendigo" plantó una vez, ha dado su fruto y con creces. Todas las generaciones que han pasado, y pasarán por el colegio, seguirán llevando la huella de su mensaje de amor, de ayuda a los más necesitados y de la fé en Jesús y en María Inmaculada.

Ojala nunca perdamos nuestras raíces, ojalá siempre recordemos con la misma nitidez esa ilusión que teníamos en aquellos años, esa inocencia de la niñez. Ojalá supieramos mirar siempre el mundo con los ojos de la niña que un día fuimos.

Por último, un recuerdo muy especial para la Hermana Flora. Ella me enseñó en los campamentos y las marchas montañeras a ver la bellza de las pequeñas cosas que nos rodean, esas que, por cotidianas, a veces nos pasan desapercibidas. Aunque todas las mojas que han pasado por el colegio han influido en mí en mayor o menor medida, ella, la Hermana María Delgado y la hermana Salud me hicieron sentir que era verdad la frase de "amar a Dios con alegría" y que siempre, en todas las circunstancias de la vida, había que predicar con el ejemplo.

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