CINCUENTA Y UN AÑOS FORMANDO CORAZONES...

¿Nos vemos en mayo!

sábado, 30 de enero de 2010

OTRO PEDACITO DE MEMORIA (el de Lola Pelayo)



Tan grande, tan misteriosa, tan importante… Entraba en aquella casa cada mañana sintiéndome minúscula, y algo perdida, pero muy emocionada. Acudir al cole era mi aventura diaria. Quizás por eso en los ratos en los que salíamos del cobijo de nuestras clases me gustaba imaginar que aquel colegio era el mundo entero, y que en cada rincón, en cada ventana, en cada recoveco, ocurrían cosas fantásticas. Una puerta entreabierta, un pasillo vacío, la tenue luz entrando por la sala de las cristaleras, el eco del patio de mármol vacío, el ruidoso silencio de la capilla, el retumbar de la escalera de madera… Todo terminaba despertando mi infantil imaginación.

El patio del níspero, un cuento de hadas. La verja verde del recreo y la Hermana junto a ella, una historia de amor. Las ventanas de las internas, una película de suspense. La habitación de Pepita, un libro de terror. El patio cubierto, la crónica de un día de lluvia. La escalera de mármol, el palacio de una princesa. La pajarera, una selva. La cortina rígida de las clases, la frontera de otro país. La puerta de atrás del patio, el acceso a otro mundo.

Y las jornadas eran tan largas en la escala temporal de aquellos años, que ahora me cabría casi una semana en uno sólo de los primeros días de colegio. Desde la mañana a la tarde cambiábamos de amigas, inventábamos idiomas, planeábamos mil vidas, poníamos de moda nuevos juegos, cambiábamos de sitio preferido en el patio de recreo, llorábamos, reíamos, reíamos, reíamos… Ni que decir tiene lo que duraba un curso completo, como si no fuera a acabar nunca.

Las mediopensionistas teníamos un privilegio asociado a nuestra condición escolar, y es que disfrutábamos de un recreo “eterno”, desde el almuerzo hasta las clases de la tarde. A todo daba tiempo en aquella hora infinita: a “chicharitolajaba”, al elástico, a la comba, a los cromos, al matar, al corro, a "poliladron", o simplemente a nada, pero a ese no hacer nada tan pleno de los niños como correr por correr, tirarnos una y otra vez por el tobogán después de una fila inmensa, mirar por mirar…

Seguro que ahora de mayor, aquella casa no me parecería tan grande, ni tan misteriosa; eso suele pasar. Pero el destino quiso que no pasara. La casa del colegio cayó abatida por el progreso, y se quedó en mi mirada de niña de uniforme azul así de grande, así de misteriosa y así de importante…

Nunca terminé de saber qué había detrás de cada puerta, ni conocí todos sus rincones; por eso sigue siendo inmensa en mi imaginación la casa que fue un colegio, el colegio que era una casa. La otra. Mi segunda casa.

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